Las palabras que no dices.
Ésas son las que más importan.
Te definen. Te esclavizan. Te construyen. Te consumen.
Y quien te conoce las escucha aunque no las pronuncies.
Me gustan los sobreentendidos porque lo hacen todo más sencillo y mucho más llevadero. Hay asuntos sobre los que cuesta mucho hablar. Explicar qué te ha hecho daño, o qué te da miedo, o por qué no puedo seguir adelante si tú no estás conmigo: todo eso es muy difícil.
Hay sentimientos que son tan poderosos que no se pueden explicar. Nunca se me ha dado bien verbalizar esas cosas, y por eso soy devota de los silencios incómodos: son el mal menor comparado con las palabras a bocajarro.
Qué puntería tienen algunos.
Pero aunque hay muy buenos francotiradores, algunos somos supervivientes natos. No nos conformamos, aunque hagamos ver que sí. A veces nos sentimos derrotados, pero sabemos que somos ganadores. Que somos buenos: buenos en el más amplio sentido de la palabra.
Desde niños nos enseñan que a la gente buena le pasan cosas buenas, y te esfuerzas por convertirte en alguien al que merezca la pena respetar, incluso querer. Intentas actuar de manera que el sueño nunca tarde demasiado en venir a tí cada noche.
Sonríes cuando te apuñalan. Bromeas cuando lo has perdido todo.
Crees que puedes salvar a alguien de sus malas decisiones, y quizá de paso sentirte a salvo tú también.
Vas creciendo y el axioma de la bondad recíproca entre tus actos y la vida se oxida, se corroe, y te genera una pequeña arritmia que puede convertirse en un aleteo perpetuo de duda. Es un «¿qué he hecho mal?» que te acompaña en cada latido.
A veces nos damos cuenta de los errores. Yo lo hago casi siempre. Sin embargo, en otras ocasiones me quedo atrapada en una cronología de palabras, acciones y consecuencias y no consigo entender qué he hecho mal. Es una sensación desconcertante, que desanima, pero te empuja a seguir avanzando. Quizá el próximo episodio arroje luz sobre el devenir de las cosas y sea más sencillo repartir las cargas.
No siempre es mía toda la culpa. A veces sí.
Pero soy una superviviente. Ya os daréis cuenta, aunque a lo mejor entonces esa fuerza ya no nos sirva de nada.
Le Temps Détruit Tout.
También a nosotros.
Llevo cuatro intentos para empezar este comentario y no encuentro las palabras para expresar lo mucho que me siento identificada con cada palabra que has escrito.
Te lanzo un gracias, un guiño y un abrazo 😉
*por cierto, tengo muchas entradas tuyas por leer para ponerme al día ^_^ mañana me pongo a ello*
Solo puedo decir una cosa: genial.. saludos